
Miriam Ángel nació en el seno de una familia judía conservadora, marcada por la memoria y la resiliencia. Sus padres lograron escapar de Alemania durante la Segunda Guerra Mundial, por lo que creció lejos de su familia extendida, un hecho que definió profundamente su identidad y su visión del mundo. Aquella experiencia de supervivencia dejó una huella emocional duradera que le hizo valorar la vida, la solidaridad y la compasión hacia las diferencias.
Educada entre la disciplina y la fe. Hablaba con fluidez alemán, inglés, hebreo y español. Viajó a Israel durante un breve periodo de su juventud, buscando reconectar con sus raíces. De regreso en México, se casó y formó una familia. Vivió en distintas ciudades entre ellas Tijuana y Cuernavaca, finalmente se estableció en Ciudad de México donde se dedicó durante un tiempo a preparar comida kosher y pasteles para ayudar a sostener a su hogar.
Respetuosa de sus tradiciones y dedicada a su familia, tuvo dos hijas. Su vida dio un giro decisivo cuando una de ellas, ya adulta, le compartió que era lesbiana. En ese momento, Miriam atravesó un profundo proceso emocional: el duelo por las expectativas tradicionales que había construido, el desconcierto ante lo desconocido y la necesidad de comprender una realidad que la sociedad apenas comenzaba a nombrar. Aquella revelación, que inicialmente la sacudió, se transformó con el tiempo en el motor de una nueva vocación: acompañar a otras familias para que el amor prevaleciera sobre el miedo.
A comienzos de los años 2000, cuando en México casi no existían espacios de apoyo familiar, Miriam fundó el grupo Familias por la Diversidad Sexual, donde madres y padres de personas homosexuales podían reunirse, compartir sus miedos, llorar, aprender y sanar juntos. En esa época viajó a Estados Unidos para formarse con la organización PFLAG (Parents, Families and Friends of Lesbians and Gays), con el propósito de adaptar sus metodologías y trasladarlas al contexto mexicano. “En México no había mucha tela de dónde cortar sobre diversidad”, decía; por eso, regresaba de cada viaje cargada de materiales, estrategias y esperanza para enseñar a otras familias que la aceptación también se aprende.
Con el tiempo, Miriam se convirtió en una de las voces más respetadas del activismo familiar en México. Fue presidenta de la Asociación Nacional de Madres y Padres de Lesbianas, Gays, Bisexuales y Transgénero, representante de PYFLA (Padres y Familiares de Lesbianas, Gays y Transgénero), y fundadora del grupo Guimel, un espacio de diálogo entre diversidad sexual y tradición judía, que promueve la inclusión desde la fe y el respeto cultural.
Su compromiso trascendió el acompañamiento emocional: participó activamente en la lucha por el derecho al matrimonio igualitario, la adopción homoparental y el reconocimiento de la identidad de género en las actas de nacimiento. Fue parte de las movilizaciones y debates legislativos que abrieron camino a la igualdad jurídica en la Ciudad de México, defendiendo la idea de que la familia no se destruye con la diversidad, sino que se amplía y se fortalece con ella.
Con sensibilidad y visión, Míriam comprendió también las particularidades de las identidades trans y no binarias, que a menudo quedaban fuera de los discursos tradicionales del activismo LGBT+. Por ello fundó Transfamilias, un espacio de acompañamiento para madres, padres y cuidadores de personas trans y no binarias. Este grupo —que ha orientado y apoyado a más de 300 familias— se convirtió en un referente nacional de empatía, educación y contención.
Hoy, bajo su guía, Transfamilias ha evolucionado hasta convertirse en una asociación civil sin fines de lucro: Colectiva Humanidad A.C.., un proyecto que encarna su legado y su visión de comunidad amorosa y plural. Desde allí continuó promoviendo talleres, charlas y encuentros que buscan sanar los vínculos familiares y combatir la discriminación con conocimiento, ternura y respeto.
La vida de Míriam Ángel es una historia de transformación: de una madre que enfrentó el miedo a lo desconocido hacia una activista que abrazó la diversidad con coraje. Heredera de una familia que sobrevivió al odio, dedicó su existencia a erradicarlo en todas sus formas. Su labor nos recuerda que los lazos más fuertes no se basan en la sangre ni en la religión, sino en la capacidad de comprender, cuidar y amar. Más que una activista, Míriam es una tejedora de puentes: entre generaciones, entre creencias, entre identidades. Su vida demuestra que la empatía puede cambiar el destino de las personas y que cada familia que se transforma en comprensión multiplica la posibilidad de un mundo más justo y amoroso.
Su legado vive en cada familia que, gracias a su ejemplo, aprendió que la aceptación también es una forma de fe.


